A finales del siglo XIII, un grupo de turcos, que se llamaban a sí mismos ‘turcos otomanos’ en honor a Osmán I, uno de sus primeros gobernantes, comenzaron a construir un imperio en Europa del Este, que eventualmente sería conocido como el Imperio otomano.
En 1453, los turcos otomanos lograron conquistar la ciudad de Constantinopla, capital del Imperio Bizantino, poniendo fin al Imperio Bizantino para siempre. Los turcos otomanos convirtieron a Constantinopla en la capital de su nuevo imperio, cambiando finalmente su nombre a Estambul. Desde Estambul, fueron construyendo un imperio que se mantendría hasta principios del siglo XX.
El Imperio otomano aumentó en riqueza y territorio hasta el siglo XVII. Estambul pasó a convertirse en una de las ciudades más prósperas y hermosas de la Tierra. Además, los turcos otomanos controlaban una gran extensión de territorio que gobernaban con éxito.
Sin embargo, a partir de ese momento, el imperio comenzó a declinar gradualmente. En 1683, el rey Juan III Sobieski de Polonia condujo a sus ejércitos a la derrota en Viena. Esta derrota marcó el final de la expansión del Imperio otomano.
En 1856, el sultán Abdülmecit I trató de reformar su imperio en un esfuerzo por salvarlo. Emitió un decreto conocido como el Hatt-I Humayun, el cual otorgaba derechos de ciudadanía a todos los que vivían dentro del imperio, y trató de crear más libertades para todo su pueblo, al tiempo que mejoraba el crecimiento económico. Estos esfuerzos no tuvieron éxito y, finalmente, llevaron a su hijo de ser derrocado. A los pocos años, el Imperio otomano terminó cayendo.
El artículo Auge y caída del Imperio otomano ha sido originalmente publicado en Cultura10.